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El juego de lo explícito en El cuaderno de Sara

El coltán es un mineral utilizado en la mayoría de dispositivos electrónicos, móviles, ordenadores, tableta... Cualquier aparato que utilizamos hoy en día incluye en alguno de sus componentes una pequeña parte de esta piedra. Existe una creencia que dice que el 80% de la reserva mundial se encuentra al este de la República Democrática del Congo. Un lugar marcado por las guerras continuas y el control de los yacimientos de un mineral sin el que occidente no podría sobrevivir.


En este ambiente conocemos a Laura (Belén Rueda), una mujer que llega al Congo para buscar a su hermana desaparecida hace dos años. Una foto de Sara, la hermana de Laura, cerca de unas minas de coltán impulsan a Laura a buscar de nuevo a su hermana, a la que daba por muerta.

Acompañaremos a Laura en su viaje a través de la África más profunda y terrible. Entre violencia, sangre y dramas humanos buscaremos con ella a Sara con la ayuda de Jamir (Ivan Mendes). El problema: una trama en la que el espectador no va a encontrar un camino concreto, es decir, no nos lleva a ningún lado y en ocasiones existen escenas completamente innecesarias para el desarrollo de la película. Lenta y pesada a pesar de encerrar un mensaje interesante.



Aquí llega el eterno debate de si para concienciar al público es mejor mostrar las cosas tal y como son a través de la imagen o mostrar sutilmente y dejar a la interpretación del espectador. En El cuaderno de Sara la sucesión de estas imágenes acaba por tomar la historia y alejarse del mensaje. Esta explicitud de las imágenes puede llevar a dos consecuencias muy distintas:


Por un lado, el espectador más sensible o aprensivo podrá llegar a pasarlo mal o incluso retirar la mirada de la pantalla. Por otro lado, como ocurrió en la sala en la que vi la película, el espectador lo entienda nada más que como un recurso o efecto especial y no le afecte de ninguna manera, abandonando el cine riendo y bromeando sobre la película.


Creo que hay maneras de concienciar a través del cine sin necesidad de mostrar la atrocidad de manera tan explícita, es decir, el cine como arte ha de saber buscar herramientas visuales para enseñar sin mostrar, comunicar sin decir... Siento que cuando la sangre y las violaciones se convierten en el centro del relato estamos pecando de mediatizar un conflicto mucho más profundo de lo que podemos entender.


El final parece aclararnos el mensaje real de toda la trama través del cuaderno de Sara, de color rojo sangre ya que Sara es médica. No obstante, no profundiza en lo que debería importar y el espectador se queda como mero observador alejado de la realidad de la zona del Congo. De hecho, y perdón por el mini-spoiler que se avecina, Laura escribe un libro sobre la historia de Sara, de nuevo buscando la rentabilidad a un conflicto grave que aún hoy continúa sin una solución.


Un punto muy a favor es la representación de los países desarrollados durante todo el filme, encarnados en Naciones Unidas dentro del relato. En varias ocasiones les veremos rechazar a Jamir y a otros personajes congoleños de entrar en su cuartel o de subir en su helicóptero, sin prestarles su ayuda. Acabamos por concluir que, de hecho, los países occidentales entran en este tipo de conflictos únicamente por sus propios intereses.

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