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La Cena, indigesta

La Cena narra cómo dos parejas adultas se encuentran para compartir una velada aparentemente agradable y tranquila en un restaurante de lujo. Ambas parejas disfrutan de plato tras plato, hasta que la tensión hace de las suyas y empiezan a perder tanto los nervios como los modales. Su intención: defender la inocencia de sus respectivos hijos, quienes han sido acusados de cometer un delito de índole grave. La cena se desarrollará de esta manera, mientras que los secretos que mantienen los comensales van saliendo a la luz.

Esta es la sinopsis oficial del filme, que queda muy lejos de la realidad en una película desagradable y aburrida a ratos. A pesar de contar con un reparto de lujo (Richard Gere, Laura Linney, Steve Coogan), este largometraje es perfectamente omisible.

La cena no parte, como dice el resumen, de la idea de compartir una velada agradable. Desde la segunda escena, Paul Lohman expresa su desagrado por el plan y su intención de no ir. Es su mujer, Claire Lohman quien lo convence para acudir a un restaurante de lujo algo recóndito para encontrarse allí con su hermano, Stan Lohman, el congresista y su nueva pareja Katelyn.


La insistencia de Paul en lo mala idea que es se refuerza por momentos, aunque es visible que parte de la culpa de que la cena acabe siendo tan incómoda la tiene el propio Paul, por no poner absolutamente nada de su parte por mantener una conversación serena.


Stan Lohman es un congresista, un hombre de política, y queda claro desde su primera aparición. Siempre pendiente del móvil y de su secretaria, atento a los votos y a la espera de que aprueben un nuevo proyecto de ley, Stan parece ser el que más interés tiene en que la cena salga bien y a la vez es quien siempre esta excusándose para atender a su trabajo.


Los secretos de los comensales no son secretos que se guardan los unos a los otros sino hechos que el espectador desconoce y que irán revelando poco a poco, y de mala forma. Hay ciertos detalles que se necesitan para comprender a los personajes, y los motivos por los que actúan como lo hacen, pero la forma de desvelar esos detalles, mediante flashbacks, en ocasiones resulta pesado. En un par de escenas, incluso llegas a olvidar que es una historia secundaria que poco tiene que ver con la cena en sí. Por ejemplo, los diez minutos que invierten explicando una de las batallas de la Guerra Civil, solo para dar a entender que Paul es un friki bélico.


Esta pareja, según la sinopsis, se reúne para solucionar el crimen de sus hijos, aunque cuando se sientan a la mesa, ese es un tema tabú que no se debe tocar, por lo que la idea de tratar la cuestión no es compartida.


Michael Lohman, hijo de Paul y uno de los criminales, es un adolescente consentido que goza de los privilegios típicos. Él y sus primos Rick y Bob una noche de fiesta tienen que sacar dinero y encuentran a una sintecho dormido junto al cajero. Bob se marcha, pero Rick y Michael en lugar de buscar otro banco, empiezan a instarle a irse, mientras le lanzan cosas y acaban prendiéndole fuego. La sintecho muere ante los ojos y las cámaras de los móviles de los dos primos.


En cierto momento de la película, Paul coge el móvil de su hijo y se lo lleva, y este tarda medio largometraje en echarlo en falta, algo totalmente inverosímil en un adolescente que, no solo debe valorar mucho su privacidad, sino que además guarda en su galería un video que le incrimina directamente con el crimen.


A favor tiene el planteamiento de la película, que se presenta en varias partes como si se tratase de una cena: entrantes, plato principal, plato de quesos y vino, postre y digestivo. El restaurante donde tiene lugar la cena es presentado como lo más exclusivo del mercado, codiciado y casi inaccesible, pero toda la pomposidad y la rigurosa etiqueta con la que atienden y sirven las mesas (al menos desde mi punto de vista) acaba convirtiéndose en una parodia de la idea idolatrada que Estados Unidos tiene de Europa.


Todas las discusiones, intentos de conversación antes de que uno de los comensales abandone la mesa y eternos e innecesarios flashbacks (a través de los cuales se explica la enfermedad mental de Paul, el cáncer pulmonar que superó Claire, y la rota relación entre los dos hermanos) van a acompañados de una incesante e invasora música, supongo que en un intento de imitar la invasión sonora de un restaurante. Por muy incómodo que sea un silencio, nunca es verdadero silencio. Se filtra la música de fondo, las conversaciones de las mesas vecinas, el sonido de cubiertos…


Una segunda cosa positiva del largometraje es que invita al espectador a reflexionar sobre la supremacía y los privilegios de nacimiento de algunos ciudadanos. La cena entera transcurre mientras los comensales deciden si hacer que sus hijos confiesen o no, sabiendo que es un crimen que pronto pasará al olvido, y que pueden permitirse los mejores abogados por lo que en cualquier caso, el futuro de los niños es aceptable.


La cena es una película que en principio parte de una idea original, que bien planteada y con un guion adecuado, podría haber resultado magistral. Hubiese sido interesante descubrir el tratamiento que hacen los adultos sobre ese crimen perpetrado pos sus hijos, y por supuesto debía contar con algunas historias secundarias que toda familia debe tener. En cambio, nos encontramos con un filme que se alarga más que un día sin pan y que no parece tener una trama concreta. El crimen pierde protagonismo entre tantos flashbacks y a final no termina de quedar claro quién defiende a quién y porqué. Sus 120 minutos de duración acaban siendo dos horas perdidas.



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