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Wonder: tan necesaria como el aire

En pleno puente de la Constitución, el temporal Ana empezaba a hacer presencia en la Península Ibérica. El cielo encapotado amenazaba con humedecer un sábado en la capital española. Para aquellos que habían decidido quedarse en la ciudad madrileña, el cine podía ser el lugar perfecto para huir del frío. De hecho, para ser sábado y que la entrada costara unos diez euros por persona, me sorprendió que hubiera tanta gente en los Cines Cinesa de Manoteras. La cartelera estaba llena de muy buenas películas, como Perfectos Desconocidos o Coco, pero hubo una que llamó nuestra atención más que otra.


Tras pasar por taquillas, nos dirigimos al puesto de comida en busca de unas palomitas con las que saciar el hambre. Eran las seis de la tarde y teniendo en cuenta que pasaríamos las próximas dos horas allí, las palomitas eran el aliado perfecto. ¡Menudo dolor de corazón al ver que el menú más barato eran casi nueve euros! Decidimos aguantar el hambre pues el precio estaba por encima de nuestras posibilidades económicas de estudiantes. Subimos las escaleras mecánicas y nos dirigimos a la sala número dos. Proyectarían Wonder, en la que –sin saberlo aún- August, su protagonista, nos daría una lección de superación a todos sus espectadores.


Después de quince minutos de anuncios –que no son pocos- la película empezaba. Un primer plano de un niño disfrazado de astronauta saltando en su cama y sus primeras palabras sirvieron para que August encandilara al público. No había que verle la cara para que ya sientieras ternura por él, por la forma de expresarse o por su modo ingenuo e inocente de ver la vida. Fue cuando se quitó el casco cuando todo el mundo comprendió –aunque todos los que ya hubiesen visto el tráiler lo supieran- que el protagonista nació con una malformación facial. Esto le había llevado a pasar por quirófano hasta en veintisiete ocasiones y a no poder ir al colegio.


Su madre, Isabel, interpretado de manera asombrosa por Julia Roberts, dejó su sueño de ser ilustradora por cuidar de su hijo y darle clases en casa. Por eso, cuando a los diez años le “obligan” a ir a la escuela, él se resigna pero termina enfrentándose a ello y ella se encuentra vacía pues lleva diez años de su vida dedicándoselos solo y exclusivamente a él. Eso ha provocado que Olivia, la hija mayor, se haya sentido desplazada muchas veces. La película está llena de frases que cautivan como esta, que soltó "Via" para que pudiéramos entender la situación de lo que ocurre en su casa: August es el Sol. Mamá, papá y yo somos planetas que orbitamos alrededor del Sol. El resto de nuestra familia y amigos son asteroides y cometas que flotan alrededor de los planetas que orbitan alrededor del Sol.


Todos los espectadores estábamos expectantes ante el primer día de colegio de August. Intentaría encajar con sus profesores y compañeros, aunque él era el primero que pensaba que eso era una misión imposible. En el cine sabíamos que aquello a lo que se enfrentaría no sería fácil pues los niños pueden ser muy crueles cuando quieren. Y, efectivamente, así sería. Julian, el popular de la clase, tardaría poco en hacerle burla, poner a los demás en su contra y hacerle bullying.


La preocupación era latente pues es muy triste que se juzgue a alguien por su aspecto. Sin embargo, August, con su actitud, su humor y fortaleza, conseguiría seguir para delante demostrando que lo importante no es qué pase si no cómo te enfrentes a ello. Nos dio una auténtica lección de superación a cada una de las personas sentadas en las butacas.


El acoso escolar se le fue de las manos a Julian. En la película, la entereza de August evitaría un mal mayor, pero en la realidad esto habría podido acabar mal. Afortunadamente, con el paso del tiempo y la forma de ser del protagonista, este lograría hacerse con un amigo, Jack, que sería su vía de escape, mostrando que esa inocencia y pureza de los niños también estaba presente a lo largo de la cinta. Terminaría, aunque muy poco a poco, integrándose.


A medida que la película se iba desarrollando, llamó mi atención la forma en la que estaba relatada. Además del punto de vista de August, se incluyen los de "Via", Jack y Miranda (mejor amiga de Olivia) y sus respectivos pensamientos a la misma situación. Exquisita manera de contar los distintos acontecimientos. Solo así se conseguía entender toda la película. Porque si solo tienes una versión de los hechos, la entenderás solo de esa manera, pero si tienes varias, podrás entenderlo con diferentes perspectivas y sacar una conclusión general y equilibrada de ello.


En la escena final todos estábamos con los ojos vidriosos. Tras un año escolar, llegaba la graduación y, esta vez, August lo hacía rodeado de los suyos -los que siempre habían estado-, pero también de los amigos que había ido haciendo. Traseronian (el director del centro) terminó el discurso con una frase (refiriéndose a August) que llegó a todos los espectadores: El más grande es aquel cuya fuerza conquista más corazones con la atracción del suyo propio. Con esta consiguió arrancar más de una lágrima a la sala del cine.


Tras las palabras, August conseguiría una medalla. Entre la mirada atenta y orgullosa de su madre -que tanto trasmiten esos ojos de Julia Roberts-, los choques de mano con sus compañeros y los aplausos de los presentes en aquel salón de actos, August subiría al escenario, recibiría la medalla, haría una reverencia y –quedándose tan a gusto- terminaría diciendo en voz en off: Todo el mundo debería recibir una ovación del público puesto en pie al menos una vez en su vida, porque todos vencemos al mundo.


La película acabó y tras unos segundos de silencio, la sala empezó a aplaudir efusivamente. Mientras unos se iban comentando escenas concretas de la cinta, otros señalaban lo ricas que estaban las palomitas que se habían tomado. A la salida nosotras no dejábamos de hablar de la caricaturización a la que se había visto sometido el joven Jacob Tremblay. Dábamos por sentado que, como mínimo, tenía que estar todos los días cuatro horas antes del rodaje para convertirse en August. De hecho, nos cuestionamos si le podrían nominar al Oscar –pues hace un gran papel-, pero ha de ser mayor de dieciséis años para optar a la estatuilla.


Al salir del cine, el frío calaba los huesos. Ya había anochecido y las luces de las farolas iluminaban la Avenida de Manoteras. Eran las ocho y cuarto, buena hora para coger el coche e irse a cenar –pues después de no haber comprado las palomitas, el hambre empezaba a hacer mella-. Estábamos satisfechas con la película que habíamos escogido. Una película que nos había hecho sentir emociones –objetivo primordial-, llena de sinceridad y que es necesaria por la visibilidad que da al acoso y por su excelente forma de tratarlo.


Fue increíble como un sábado que se antojaba normal, dejó de serlo por haber decidido ver la película del niño con el casco de astronauta. Un sábado que terminó siendo diferente porque la sonrisa de un niño de diez años se antepuso a cualquier mal.


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